Perdón por tomarme el atrevimiento y decidirme a escribir unas cuantas líneas, pero pienso que tantos momentos vividos en este pequeñísimo e intenso pedazo de historia merecen cuanto menos unas palabras que queden plasmadas para siempre, con la ilusión de poder volver a este presente perfecto cada vez que así lo sienta y tenga ganas.
Escribo porque no lo pienso tanto y ahora mismo me vencen el impulso y la emoción, pero soy consciente que podría haberlo hecho cualquiera de quienes son parte, y seguramente lo que nos narrase sería tan distinto y tan igual a lo aquí hoy redacto. Podrían cambiarse las palabras, los conceptos y, si quieren, hasta el estilo y la gramática; pero sé que de cualquier modo cada párrafo estaría escrito con el mismo sentimiento que nos invade a muchos cuando miramos de reojo el almanaque y vemos que los días pasan, pasan y vuelven a pasar sin mostrar síntomas de detenerse.
Ustedes podrán decir que soy un nostálgico, y tal vez tengan razón; pero no me importa, porque todo eso y un poco más es lo que me hace volver al primer día, cuando los 31 estábamos ahí sentados, mirándonos las caras con los ojos cargados más de incertidumbres que de certezas.
Los de afuera creyeron que sería una promoción más, algo pasajero que apenas duraría unos cuantos meses hasta desvanecerse sin penas ni glorias. Los de adentro, en cambio, desde el comienzo dijeron que esta promoción, la número 23, era distinta. Ojo, no decían ni mejor ni peor; simple y sencillamente, distinta.
Distinta porque era mucho más que una mezcla de banderas, culturas, experiencias y fabulosas personalidades. Distinta porque cada uno, con intención o sin quererlo, le aportaba al otro algo que no sabía ni imaginaba. Distinta porque antes y después de cada clase iba un poco más allá de las fronteras académicas y trascendía incluso al propio Máster.
Hasta aquí podría haber sido demasiado y suficiente. Pero fue mucho más que eso. Esta promoción estuvo en cada transcurrir, entre las calles y los bares, entre las plazas, los parques, las playas y las montañas, en cada lugar hasta sentir una y otra vez que Barcelona le pertenecía.
En tan sólo un año supo descubrir la belleza impoluta de esos lugares que muchos solo habían visto en fotografías o filmaciones lejanas. Brindó por los buenos momentos y celebró aquellas victorias que parecían impensadas y hasta imposibles.
Pero como ocurre en la vida misma, también le tocó llorar más de una vez. En los peores días esta promoción no se cansó de llevar velas encendidas a una rambla oscura y devastada, que poco a poco comenzaba a colmarse de flores y multitudes que elegían dejar el terror en un costado para darle solo lugar a la paz, la memoria y la justicia.
Lo que vino después ya más o menos se sabe. Banderas esteladas y banderas solo a rayas, marchas y contramarchas, defensores de estos y acusadores de aquellos. Le podría haber tocado a otra promoción, pero le tocó a esta. Por suerte o por desgracia fue testigo de lo que alguna vez estará en los libros de historia y quedará inmortalizado para toda la eternidad.
Si alguien preguntase qué se podría cambiar de esta promoción, yo pienso que nada. Y no se trata de un grupo que rebalsa únicamente de virtudes, nada de eso. Quizás tiene tantas virtudes como tantos defectos; pero al menos en este instante sería una torpeza subir a una tarima para juzgar desde allí arriba qué es lo que estuvo bien y qué es lo que estuvo mal. Prefiero librarme de todo eso y dejar las cosas así, tal cual fueron y sucedieron, sin modificar absolutamente nada.
Con desencuentros y desencantos, y con todas las adversidades que les son propias a cada uno, lo importante es que lo logramos. Y si estamos próximos a recibir ese título que vinimos a buscar, antes corresponde homenajear todo lo que vivió esta promoción. Porque aunque las historias que aquí supimos construir jamás estarán enmarcadas ni exhibidas en una pared, lo que más vale es que aquellos momentos quedarán guardados para siempre en la memoria de esta eterna Barcelona.
Por esos buenos momentos, por este año que se va y por todo lo que vendrá... ¡Salud!
Estanislao Echazú
Alumno de la 23ª ed. del master DCEI